En el último piso de un edificio cerca de Union Square, hay una pequeña oficina de paredes blancas repleta de veinteañeros agotados que comen Cinnamon Crunch y jelly beans. Una pizarra blanca con un calendario de cuenta regresiva está tachado en rojo. En una estantería cercana, un busto romano tiene un globo rosa pegado en la boca, como una burbuja de chicle a punto de reventar. Afuera de la puerta se lee un cartelito que dice “Phia”, el nombre de una nueva herramienta de comercio electrónico ideada por dos estudiantes de Stanford en su dormitorio.
Una empresa emergente básica. Excepto por una cosa: el factor Gates.
Phia, una aplicación/navegador de internet que salió el 24 de abril, buscar ser el Booking.com de la moda y ofrece una comparación instantánea de precios entre miles de sitios de comercio electrónico para cualquier artículo, nuevo o usado, que te llame la atención. Es la invención de Phoebe Gates, de 22 años, la hija menor de Bill Gates y su exesposa, Melinda French Gates, y de la antigua compañera de piso de Gates, Sophia Kianni, de 23 años.
Ya es suficientemente complicado emprender un negocio al ser una mujer joven. Pero emprender un negocio relacionado con la tecnología siendo una mujer joven que comparte apellido con uno de los empresarios tecnológicos más famosos del planeta —y su decimotercera persona más rica—, con todas las ideas preconcebidas y expectativas que ello implica, es un asunto espinoso.
“Al crecer, me di cuenta de que la gente siempre va a tener ideas sobre mí”, dijo Gates recientemente. Caminaba con rapidez por el mercado de productos verdes desde su oficina hasta su apartamento. Faltaban 14 días para el día del lanzamiento, y ella y Kianni no dormían mucho.
“Si el negocio tiene éxito, la gente dirá: ‘Es por su familia’”, dijo Gates. “Y una gran parte de eso es cierto. Nunca habría podido ir a Stanford, ni tener una educación tan increíble, ni sentir el impulso de hacer algo, si no hubiera sido por mis padres. Pero también siento una enorme presión interiorizada”.
Sabe que la gente asumirá que su nombre es la forma en que ella y Kianni accedieron a la empresa de capital riesgo que las respalda, y conocieron a sus inversores ángeles y mentores, como Kris Jenner, la madre de las Kardashian; Sara Blakely, de Spanx, y Joanne Bradford, expresidenta de Honey. Por qué Alex Cooper accedió a incorporarlas en su naciente empresa de pódcasts para hacer su propio pódcast, The Burnouts With Phoebe and Sophia”, sobre ser empresarias veinteañeras y mejores amigas.
Pero esta es su respuesta: “Somos compañeras de apartamento que se pelean por la ropa. Somos las chicas que buscan ofertas en los sitios web de compras. Y hay, francamente, miles de otras jóvenes como nosotras”.
Bueno, quizá no exactamente como ella. Pero casi.
De Shein a Chanel de segunda mano
Gates, quien debe su nombre a Phoebe de El guardián entre el centeno, creció en Seattle y es la menor de tres hermanos. Su hermana mayor es residente de pediatría y su hermano trabaja para un comité del Congreso.
Durante la preparatoria, pasó la mayor parte de los veranos en Ruanda. Es extremadamente competitiva, como la mayor parte de su familia, y, como su padre, tiene trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Habla a una velocidad de 1,5, y sus pies tienen tendencia a sacudirse cuando se sienta. Fue educada, como su hermano y su hermana, para dedicarse a la filantropía y no a Microsoft (su padre se retiró de la empresa cuando ella tenía 6 años para centrarse en la Fundación Gates) y para hacer sus propias cosas. A diferencia del resto de su familia, es extrovertida.
De sus hijos, es la “más diferente a mí”, dijo Gates, “porque es muy buena con la gente. Cuando nos íbamos de vacaciones en familia, encontrábamos alguna parte de la playa para estar solos, y Phoebe recorría la playa y conocía a gente y la traía de vuelta para presentárnosla”.
También es quien ama la moda.
Vive en un apartamento tipo loft de dos dormitorios con dos gatos ragdoll, un salón-comedor-cocina de planta abierta, techos de seis metros y un vestidor organizado por colores.
“Solía vestirme muy mal”, dijo Gates. Llevaba unos botines vintage Chanel, un vestido Reformation, un blazer Nili Lotan de Poshmark (es fan de los blazers) y unas joyas de Tiffany que compró en RealReal. Cuando llegó a la universidad, dijo: “Solía vestirme con Forever 21 y Shein. Sophia me vio y dijo: ‘Oh, chica, no’”.
Poco a poco, cuando empezó a vestir mejor, descubrió cosas de segunda mano. “Encontré unos pantalones de Prada por 200 dólares en RealReal y me los ponía todos los días”, dijo. Ahora compra la mayor parte de su ropa a través de la reventa, y su hermano le pide consejo sobre vestimenta. Todos los domingos arma sus atuendos de la semana y los cuelga en una barra para no tener que pensar en ellos por la mañana. Le encanta el rosa.
La habitación de su casa es rosa pálido. Sobre su escritorio hay un cuadro de una cinta de casete rosa que compró en un mercado por unos 20 dólares. Su novio lo odia, dijo. Sale con Arthur Donald, nieto de Paul McCartney, desde hace casi dos años. Se conocieron cuando ella y Kianni hicieron una colaboración con Stella McCartney, su tía. Vive en California e intenta venir a Nueva York los fines de semana. Cuando viene de visita, dijo ella, quita el cuadro de la pared. Están buscando algo para sustituirlo.
Está muy conectada a internet: tiene casi 500.000 seguidores en Instagram, donde publica fotos de su activismo y de noches de galas de premios con Donald, como los Premios Albie de la Fundación Clooney para la Justicia, y unos 242.000 seguidores en TikTok. Uno de sus videos en TikToks más populares fue un enfrentamiento con su padre por un té de burbujas. Discuten sobre los mensajes de texto: a él le gusta el correo electrónico, a ella no. (Ahora él le envía un mensaje cuando le ha enviado un correo).
Comparten, sin embargo, el apetito por lo que él llama “riesgo”.
Reescribiendo la narrativa de Stanford
La idea de Phia, un acrónimo de Phoebe y Sophia, empezó cuando Gates (que en su día pensó que podría dedicarse a la salud de la mujer, el tema central de su filantropía) y Kianni (que quería ser abogada medioambiental) intentaron idear una propuesta para entrar en una clase de iniciativa empresarial.
Primero pensaron en un tampón inteligente por Bluetooth que supiera lo que te pasaba con las hormonas, el nivel de hierro y demás. Pensaron en hacer “la versión Gen Z de LinkedIn”. Entonces, pensaron en lo que tantas mujeres que crearon sus propias marcas de moda habían pensado: su propia experiencia.
Gates recordó haber visto un vestido de Area que había comprado por 500 dólares revendido por 150 en RealReal y haberse sentido, dijo, “tan tonta”. Kianni, quien es iraní-estadounidense, creció en Washington D. C. y fundó una organización sobre el cambio climático, Climate Cardinals, cuando estaba en la preparatoria (traduce recursos sobre el clima a 100 idiomas); ya era una dedicada compradora en reventa.
Pensaron que tenía que haber otras personas como ellas: ya sabes, dijo Gates, “chicas listas, de 25 a 30 años, que quieren comprar como genias y conseguir el mejor precio con un solo clic”. Estaban tan entusiasmadas con la idea que querían abandonar los estudios y empezar de inmediato, pero sus madres intervinieron.
“Las dos decían: ‘Sí, eso no va a pasar’”, dijo Gates. Aun así, se graduó en tres años en lugar de cuatro, para que pudieran mudarse a Nueva York, “donde está la moda”, y comenzar.
Cuando le dijo a su padre que ella y Kianni querían entrar en el nicho del comercio electrónico, su reacción, dijo, fue: “Mucha gente lo ha intentado, y hay algunos grandes ahí”. Le preocupaba que ella le pidiera dinero.
“Pensé: ‘Bueno, vendrá y me lo pedirá’”, dijo Gates. (El mes pasado, dijo a Raj Shamani en un pódcast que dio a sus hijos “menos del 1 por ciento” de su patrimonio total porque quería que se abrieran camino por sí mismos, aunque siguen siendo multimillonarios).
Probablemente habría ayudado a financiar a Phia, dijo. “Y entonces la habría mantenido a raya y habría estado haciendo críticas de negocios, lo que me habría parecido complicado, y probablemente habría sido excesivamente amable, pero ¿me habría preguntado si era lo correcto?”. Por suerte, nunca ocurrió”. En cambio, ella recurrió a él para pedirle consejos, sobre todo en cuestiones de personal.
“Cuando se trata de compras, no soy exactamente el público objetivo”, dijo Gates.
Su madre, a quien llama su “roca”, le dijo que tenía que reunir el capital por su cuenta. “Lo vio como una verdadera oportunidad para mí de aprender y fracasar”, dijo Gates. Ella y Kianni empezaron con 100.000 dólares de Soma Capital y una subvención de Stanford de 250.000 dólares de un programa social de emprendimiento. Tras muchos rechazos, finalmente consiguieron el respaldo de una empresa, incluidos otros 500.000 dólares de inversores ángeles. Y cuentan con su red de mentoras poderosas.
Ahora Phia emplea a cuatro personas enfocadas en ingeniería a tiempo completo, así como a una directora de operaciones y a una diseñadora que cursa su último año en la Universidad de Rutgers. Todos los empleados tienen acciones. Los ingresos provendrán de enlaces de afiliados. (Hay 40.000 sitios, nuevos y de reventa, vinculados a la plataforma Phia, que no solo muestra las prendas que coinciden, sino también las que son similares, por ejemplo, en la paleta de colores de una temporada anterior o en una talla diferente).
Gates y Kianni están especialmente orgullosas de su gráfico de precios: un sencillo indicador que aparece cuando miras una falda, por ejemplo, o un bolso o incluso unos aretes, para decirte al instante si el costo es justo, alto o bajo, y si la pieza conservará su valor en el mercado secundario.
Ni siquiera alguien como Gates podría haber previsto lo buena que sería esa información, que llega en medio de la confusión mundial sobre los precios de los aranceles.
Vanessa Friedman es directora de moda y crítica jefa de moda del Times desde 2014.